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Breve
y compendioso Bestiario de la Ciudad de México II. Entre
Pecerdos y VieneVienes
Desde tiempos muy remotos
el ser humano se ha hecho acompañar por animales y bestias
míticas que le ayudan a interpretar su entorno y los designios
de la divinidad. Generalmente estas criaturas resultan ser más
producto de la imaginación que otra cosa, pues sus rasgos
suelen incorporar, a manera de híbrido, las características
de más de una bestia.
Para justificar un poco la licencia poética de recopilar
un Breve y compendioso Bestiario de la Ciudad de México,
es necesario decir que en la mal llamada Edad Media los
Bestiarios -colecciones gráficas y explicativas llenas
de seres míticos o reales pero con características
ingenuamente exageradas- resultaban básicos para el aprendizaje
de los misterios de la Fe. Se trató de un género
literario muy desarrollado del cual han llegado hasta nuestros
días importantes manuscritos iluminados como los Bestiarios
de Oxford, Aberdeen y Cambridge. Estos documentos bebieron a su
vez de antiguos y tradicionales escritos greco-egipcios como el
Fisiólogo y no se extinguieron como género
sino hasta muy entrado el siglo XV, por lo que resulta factible
que hayan llegado a México, a juzgar por la iconografía
bestiaria que prestaron a los frescos de más de un convento
del siglo XVI, como los de Tlalmanalco (donde vemos un
Elefante-Cristo), Malinalco e incluso la Catedral Metropolitana,
que luce en su altar del Retablo de los Reyes un Pelícano-Cristo
cuya sangre, que mana de su pecho, vuelve a la vida a sus polluelos
muertos.
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Con el tiempo otros autores modernos
y científicos como Ambroise Paré escribirían
también sus propios Bestiarios (esta vez de seres médicamente
considerados como “Monstruos y Prodigios”, al parecer
sin lograr deshacerse de lo fantástico) y sentarían
las bases de una nueva modalidad: El Bestiario Literario. Sin
ir más lejos, México produjo al menos uno de estos
notables Bestiarios durante el siglo XX. Movido tal vez por la
mágica experiencia de percibirse provinciano en un ámbito
aterrorizante como puede llegar a ser el de la Ciudad de México,
Juan José Arreola describió animales (bestias) a
los que les asignó propiedades y actitudes ficticias con
la agudeza que lo caracterizaba. Otro autor genial de un Bestiario
Literario fue el argentino Julio Cortázar, quien incluso
llegó a convertirse en creador de poco comunes seres míticos:
los Cronopios, los Famas y Los Esperanzas. Como nota final, considero
que no sería justo pasar por alto el erudito Manual
de Zoología Fantástica que el también
argentino Jorge Luis Borges legó a sus lectores.
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Como hemos tenido oportunidad de ver con
anterioridad, la Ciudad de México es un generoso semillero
de bestias que de una forma u otra han sabido ganarse
-esperemos no de forma inmortal- un lugar en el lenguaje y los
ámbitos populares. No debemos olvidarnos del icónico VieneViene, organismo parásito que a menudo pulula
en las calles y tiene la costumbre instintiva de apartar lugares
para aparcar los autos con cualquier objeto disponible. La naturaleza
de este ser le conmina a emitir su sonido característico,
“Viene Viene”, al ver un auto estacionándose,
por más lejos que esté de él y por más
fácil que sea la maniobra para el conductor. Se trata de
la misma Bestia que, agitando vigorosamente un trapo y estirando
la mano por dinero como dueño de la calle que es, desea
mostrarnos su eterna aspiración de evolucionar finalmente
a Selólavo.
Otro tipo de fauna urbana tiene por hábitat las calles
como la anteriormente descrita, pero explota sus recursos a bordo
de vehículos automotores. Aunque sin duda esta especie
tuvo entre sus antepasados a antiguas bestias conocidas como Cafres,
Ruleteros o Chafiretes (mismas que solían
conducir autobuses urbanos y taxis “libres” durante
las primeras décadas del siglo XX) los actuales Peseros
o Microbuseros tuvieron su origen a principios de la
década de los setenta del siglo XX, cuando en verdad cobraban
un peso. Muy pronto fueron rebautizados por una sociedad atemorizada
por su forma temeraria e irrespetuosa de manejar; se les llamó
Bestias, sí, pero sólo a manera de insulto y reclamo.
Fueron probablemente sus continuos accidentes, infracciones y
atropellos, además de su completa ausencia de modales y
educación, lo que les hizo ganar el adecuado nombre de Pecerdos. Aquí cabe una aclaración pertinente:
gracias a una síntesis del lenguaje, la palabra Pecerdo
define tanto al vehículo como quien lo maneja. Pero no
nos perdamos. Este específico género de la fauna
urbana se caracteriza por manejar “una micro”
(microbús) o una Combi en condiciones mecánicas
deplorables; fumar justo debajo del rótulo dispuesto por
ellos mismos para que nadie más lo haga -en una unidad
impulsada a gas, con notorias y olfatibles fugas- ; conducir sin
licencia de manejo o permiso de la Secretaría de Vialidad
y Transporte; no portar el uniforme reglamentario y atormentar
al pasaje con música estridente que puede ir del género
tropical al más temible Dance Polymarchero. La
susodicha bestia acostumbra realizar paradas en lugares prohibidos
(siempre y cuando no sea uno de sus inconscientes pasajeros quien
lo solicite) y adornar el interior de su vehículo con anuncios
edificantes como uno que reza “Todas las niñas menores
de 18 años viajan gratis en las piernas del chofer”.
Como si todo lo anterior no fuera suficiente, el Pecerdo se hace acompañar en ocasiones de un no permitido ayudante
o chalán, que por alguna razón desconocida
tiene la fijación de descender y ascender de la unidad
cada vez que ésta se detiene. Su función real bien
podría ser la de obstruir con su cuerpo la estrecha puerta
del autotransporte, pero dado lo ilógico de esta hipótesis
y el hecho de que este inútil ente no cumple siquiera con
las funciones de cobrador, nada ni nadie hasta hoy ha sido capaz
de explicar por qué infesta las unidades del transporte
público. Se cree, como mejor opción, que entre él
y el Pecerdo existen desconocidas y poco convencionales
relaciones simbióticas.
Desafortunadamente se ha visto que Pecerdos y VieneVienes son
especies difíciles de erradicar o controlar en la Ciudad
de México. Asociadas en poderosas organizaciones gremiales
que los protegen, o amparadas en el hecho de que el país
sufre continuas crisis de desempleo, estas bestias han
adquirido la costumbre de ignorar las leyes y a las autoridades
para apoderarse de las calles. Son animales urbanos, digámoslo
así, anómicos; enemigos de lo establecido
y en ocasiones con un alto grado de resentimiento. Entre otras
anomalías (que deberían ser animalías)
el Pecerdo considera que a él le corresponde la prioridad
de paso en un crucero; dado que está hecho de lámina
(o bien, se encuentra en posesión de más lámina
que otros vehículos) él siempre debe ir primero.
Con gran tristeza se ha descubierto que existe también
la posibilidad de que estos seres tengan una percepción
errónea o nula de los colores; su abierta ignorancia de
las luces de tránsito suele ser el síntoma más
notable de esta lamentable disfunción.
La esperanza es que dentro de quinientos años alguien encuentre
útiles o interesantes estos datos cotidianos. Esperemos
que no piense que sólo hablábamos de mitos y esta
fauna urbana termine perdiéndose como sucedió antes
con los Dragones, los Grifos y las terribles Anfisbenas...
Alberto Peralta de Legarreta
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