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La Ciudad de los Tacos
"¿Taquero yo? Nómbre…
yo puedo ser Parrillero, Cabecero o Pastorero.
El Taquero eres tú, que vienes a comer Tacos aquí"
El Oaxaco, El Rey del Taco
Preocupándonos
por cosas que en primera instancia pudieran parecer irrelevantes,
tratemos de imaginar por un momento una Ciudad de México
sin tacos. Cosa difícil, porque apenas parece justo pensar
en una noche sin la luz deslumbrante de las bombillas desnudas
alumbrando los puestos blancos de lámina que pueblan las
esquinas, paraderos y salidas de las estaciones del metro. También
cuesta pensar en no ser atraído por los olores que pueblan
las calles; de ellos es casi imposible escapar por existir millares
de taquerías establecidas a lo largo y ancho de la ciudad.
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Comer tacos es casi un oficio de los habitantes de la Ciudad de
México. Aunque nunca remunerado, éste se ejerce
con una gran continuidad y persistencia, al grado que ningún
restaurante que se precie de ser bueno deja de incluir en su carta
algún platillo conformado por tacos, sean éstos
dorados, suaves o rellenos de las cosas más disímbolas.
Salir por la noche o la madrugada de un centro de diversión
o antro tiene como condición sine qua non el paso
por una taquería, bien porque el hambre no resultó
saciada ante los elevados precios de los alimentos en el bar o
la discoteca, o porque hasta hoy no se conoce mejor remedio para
amainar la borrachera (y el aliento etílico, que aparenta
mimetizarse bajo los efluvios del cilantro y la cebolla) que unos
ricos, grasosos y picantes tacos de carne de cerdo, res o algún
volátil. Porque la oferta y la variedad en rellenos para
el taco resulta prácticamente ilimitada: los hay de suadero,
de pato, de cabeza, de longaniza, de tripa o machitos, de nana,
de nenepil, de maciza, de cueritos, de trompa, al pastor,
de cachete, de arrachera, de bistec, de pollo, de pavo, de cochinita
pibil, de chamorro, de carnitas, de adobo, de frijol,
de carne deshebrada, de mole, de ojo, de barbacoa, de arroz, de
oreja, de chuleta, de costilla, de queso fundido, de hongos, de
rajas de chile poblano, de crema, de sesos, de paladar, de pancita,
de buche, de ubre, de papa con chorizo, dorados, gratinados, campechanos,
de creadillas, y bueno, hasta de Cochinada, que no es
otra cosa que la grasa y los residuos chamuscados de todo lo anterior
adheridos a la plancha del taquero, quien para satisfacer la solicitud
del viandante los raspa diligentemente con una espátula
y los sirve en una tortilla para ser bañados con salsa,
limón y jardín.
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La cuestión es que
este alimento cotidiano, este antojito que suele saciar
nuestras necesidades básicas, es una invención relativamente
reciente. Por alguna razón los mexicanos creemos, o nos
han hecho creer, que el taco es el alimento mexicano por excelencia
y que lo es desde hace mucho tiempo (lo mismo sucede con el Tequila,
la ancestral bebida nacional). Se nos ha hecho pensar,
en forma errónea, que la tortilla sirvió siempre
como contenedor o envolvente de los alimentos en su camino a la
boca. Pero no siempre fue así. La tortilla, Tlaxcalli
en nahuatl, acompañó los alimentos de los indios
pero tuvo más bien un uso práctico ante la ausencia
de cubiertos y la característica consistencia semi líquida
de algunas de nuestras salsas y guisados. La tortilla era (y lo
es hasta nuestros días) una especie de cuchara nutritiva.
Para ello, éstas deben ser cortadas manualmente en segmentos
triangulares que doblados con habilidad gracias a la acción
de los dedos índice, medio y pulgar, sirven para recoger
los alimentos del plato y llevarlos a la boca. Los Mexicah
no conocieron otro cubierto en la “mesa” (comían
sentados o acuclillados alrededor del fogón) que las cucharas
de madera o piedra, ya que los cuchillos de pedernal u obsidiana
se usaban solamente para preparar y fragmentar los alimentos,
o bien en aspectos rituales. De esta forma, hasta el siglo XIX
la tortilla fue más un nutritivo instrumento utilitario
que una parte esencial del acto de comer, como es en nuestros
días; fue un recogedor antes que un contenedor.
Así se utilizaba todavía a mediados del siglo XIX
en los puestos conocidos como “Los agachados”, donde
el comensal, sentado en rudimentarias bancas o taburetes y muchas
veces sin mesa, debía equilibrar su plato con guisado sobre
las rodillas, y encorvando la espalda, utilizaba la tortilla como
cuchara para no desperdiciar una gota del preciado alimento.
Pero el siglo de la Independencia (y de las invasiones y las intervenciones)
traería consigo grandes cambios en la gastronomía
de México y su ciudad capital. Las grandes movilizaciones
sociales de los siglos XIX y principios del XX, además
de la influencia de otras gastronomías como la francesa,
la inglesa y la norteamericana operaron transformaciones sociales
(como la especialización de la pastelería, los pastes
y la aparición de los bares) y ayudaron a que hicieran
su aparición nuevos usos de la tortilla. Llegaron por entonces
los antojitos, alimentos de rápida preparación,
venta y transporte que satisficieron a propios y extraños
con su variedad. Una buena parte de los antojitos utilizaban ya
la tortilla como base o a manera de contenedor (de carne, papa,
guisados o lo que fuera) y eran preparados, como hasta hoy, freídos
en aceite o tatemados al comal. La tortilla se tornó
entonces en un envoltorio que abrazaba los alimentos, y doblada
se convirtió en nuestro icónico Taco, palabra que
muy probablemente proviene del nahuatl Tlaco, que significa “por
la mitad”. Otra posibilidad etimológica, esta vez proveniente del castellano, nos dice que el nombre "taco" le vino a nuestro alimento debido a su forma cilíndrica y alargada, como de palo (imaginemos un taco de billar). La guerra de la Revolución Mexicana hizo
necesario el traslado de grandes cantidades de personas de un
lado a otro del país a través de las vías
férreas tendidas durante el Porfiriato, y muy pronto los
hombres en tránsito contaron con sus soldaderas. Estas mujeres
que los acompañaban en sus travesías y que además
lucharon hombro con hombro con las tropas revolucionarias, se
convirtieron también en sus cocineras. La exigencia de
la continua movilidad de los ejércitos obligó a
estas mujeres a crear bastimentos e Itacates portátiles
de rápida preparación y calentamiento. Se desarrollaron
entonces platillos y guisados que, ante la imposibilidad de contar
con platos y vajillas, pudieran ser consumidos en la siempre útil
tortilla. El Taco hacía, por fin, su entrada triunfal en
la gastronomía mexicana.
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La cocina de la
Ciudad de México no incorporó de manera comercial
los Tacos sino hasta los años 10 del siglo XX. La primera noticia de una taquería establecida se refiere a "Tacos Beatriz", abierta en 1910 y cuya especialidad fueron los tacos de guisados. Años más tarde, en las décadas de los 30 o 40, aparecieron
de manera informal los "tacos doblados" en un local situado en la esquina que forman
las Avenidas 16 de septiembre y San Juan de Letrán (hoy
Eje Central Lázaro Cárdenas, antes Niño Perdido).
Se trataba sin duda de la primera versión de los conocidos Tacos
de Canasta, fabricados en serie y consumidos a diario por miles
de personas hasta nuestros días. Sin embargo, este célebre nacimiento
no estuvo libre de condenas y sospechas; muy pronto circuló
entre los adeptos a los “Tacos sudados” (como también
se les llamó) el rumor de que su bajo precio se debía
a que estaban hechos con las sobras de los restaurantes de los
alrededores y que carecían de toda medida higiénica.
Por fortuna el mal intencionado rumor fue superado y poco después
era común que los clientes pidieran canastas de tacos para
sus eventos sociales; para ello sólo hacía falta
dejar un depósito por la canasta, dinero que el cliente
recuperaba tras devolverla “en buen estado”. Poco
tiempo después, el siguiente paso del Taco conquistador fueron
los Dorados, adjetivo que adquirieron por el color que tomasn las tortillas al |
ser freídas y no por su consistencia
crujiente, como la palabra parece indicar en la actualidad. Algunos
restaurantes de la ciudad comenzaron a ofrecer los tacos dorados
con gran éxito. Entre ellos sobresalió un establecimiento
situado sobre la calle de Bolívar (cerca de la calle de
República del Salvador) cuyo nombre era “La Especial”.
A estas alturas de la década de los cuarenta los tacos
rellenos de guisados invadían también la alimentación
popular de los habitantes de la Ciudad de México, quienes
los demandaban en la calle y preparaban en casa. Con el tiempo
los tacos de canasta se convirtieron en ciudadanos al ser llevados
en bicicleta a las múltiples obras civiles de la creciente
urbe; haciendo equipo con los verdaderamente ancestrales tamales
y atoles, los tacos cubrieron la enorme demanda de carbohidratos
de los trabajadores de la efervescente industria de la construcción.
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Sin embargo, uno
de los más grandes iconos gastronómicos de la Ciudad
de México estaba aún por desarrollarse. A mediados
de la década de los sesenta la señora Concepción Cervantes
estableció en la Colonia Condesa (en la esquina de Tamaulipas
y Campeche) un negocio cuya especialidad cambiaría la historia
del taco en la ciudad. Se trataba de El Tizoncito y sus novedosos
tacos “Al Pastor”, una sui generis mezcla
de tradiciones árabes y mexicanas. El taco “Al Pastor”
se rellena con carne de cerdo adobada y cocida a las brasas en
un estilo vertical conocido como Kebab, vocablo persa
que significa “carne a la parrilla” (kebap en turco,
kabab en la India y Pakistán. También se pronuncia kebob y kabob). Las pequeñas tortillas (cada taco utiliza
dos de ellas) se calientan previamente a la plancha y en ocasiones
se les unta con frijoles refritos para recibir en su interior
la carne cortada de la "Bola" o "Trompo" que gira junto al fuego.
El taco es adornado entonces con cilantro, cebolla y una salsa
generalmente de la elección del comensal. El toque final
es un pequeño trozo de piña que el taquero corta,
lanza y captura con movimientos que constituyen para muchos todo
un arte y un espectáculo. Este tipo de tacos y sus inevitables imitaciones tuvieron un fuerte
auge durante las décadas de los
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setenta y ochenta del siglo
XX para convertirse en la actualidad en un alimento popular consumido
por todos y en cualquier ocasión. Junto a ellos se desarrollaron
diversos tipos de tacos de res a la plancha, donde contaron con
la ventaja de la combinación con el queso gratinado o el
chicharrón de queso. Entre ellos sobresalen los
Alambres, otra palabra árabe cuyo significado original
era aproximadamente “brocheta asada”. Viéndolo
con frialdad, el taco es Mexicano en su esencia pero
contiene en realidad pocos elementos autóctonos, que se
reducen a la tortilla, la salsa (tomate o jitomate con chile), la piña y
los frijoles. A estos elementos nacionales se les
une la técnica occidental u oriental de cocción
o asado, la carne de animales que no existieron en América
hasta la llegada de los conquistadores en el siglo XVI, el aceite
para cocinar y la cebolla que viene de oriente. El Taco es, pues,
una de las mejores pruebas de que la esencia de lo Mexicano
es precisamente la complejidad de su mestizaje histórico y de la continua construcción cultural de lo que consideramos "lo nuestro",
factores que resultaría útil aceptar en más
de una de nuestras expresiones identitarias, exaltadas por un intolerante
y añejo nacionalismo institucional.
Aceptadas estas verdades, y dado
que no cambian en absoluto ni las costumbres ni la mexicanidad
del Taco, tal vez sea tiempo de recorrer las calles y entrarle
a la taquiza. Las calles de la Ciudad de México cuentan con una miríada
de lugares nuevos y antiguos, abiertos a toda hora y prácticamente
en cualquier lugar para cubrir todos los gustos en lugares como
Los Panchos en la Colonia Anzures, El Chupacabras sobre Río
Churubusco, Los Arbolitos de Avenida Toluca, El Borrego Viudo
en Revolución y Viaducto, La linternita y el Arroyito en
San Jerónimo, Villamelón en la Plaza México,
El Gallito en Insurgentes Sur, Rosita Alvírez, El Charco
de las Ranas, Taco y Etiqueta, El Kalimán, Los Traviesos,
El Califa, Los Parados, El Hostal de los quesos, Los Amigos, El
tío Manolo, El Compa, Las Costras del Bandasha, El Quetaquitos,
El Naranjito, Copacabana, Los Tres Reyes, El Rey del Taco y las
especiales tortillas cuadradas de Los Sifones...
Alberto Peralta de Legarreta |
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