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Manual
para leer las escaleras barrocas de la Casa de los Azulejos
Desde
finales del siglo XVI, sobre la antigua Calle de San Francisco,
después de Plateros y hoy de Francisco I. Madero, existe
en la Ciudad de México la mansión que hoy conocemos
como Casa de los Azulejos. Perteneció entre otros a Hernando
Ávila, a los Condes del Valle de Orizaba y hacia 1880 a
Don Francisco-Tirso de Yturbe y del Villar. La mansión
sirvió también como sede del Jockey Club y finalmente
fue adquirida por los hermanos Sanborn, quienes fundaron allí
una farmacia y la primera cafetería de México. La
casa tiene su aspecto actual desde principios del siglo XX, cuando
tras una remodelación completa sus fachadas norte y oeste
adquirieron el característico recubrimiento de mosaicos
vidriados y su ornamentación barroca basada en columnas
estípites; ésta se inspiró en la de la fachada
sur (sobre la calle de Plateros, hoy Madero) que es la única
original del conjunto. La remodelación porfiriana fue a
causa de la apertura de la calle de 5 de Mayo, que incluyó
la demolición del Teatro Nacional (antiguo Teatro Santa
Anna, colindante con la Casa de los Azulejos). Con tres de sus
fachadas cubiertas de azulejos, el señor de Yturbe y del
Villar tuvo la intención de demoler el edificio con
el que la mansión colindaba al este para dejarla exenta,
pero nunca pudo completar su proyecto, que quedó sólo
en maqueta debido al inicio de la Revolución. La casa cuenta
con dos plantas y un patio central, pero tal vez el elemento arquitectónico
que más llama la atención al visitante sea su escalera. Se trata de uno de las expresiones más claras
del pensamiento barroco en la Ciudad de México y es poseedora
de un profundo simbolismo que quedó plasmado tanto en la
belleza de su diseño como en la funcionalidad y el arte
con los que fue concebida. Alguien en algún lugar dijo
que hasta las piedras hablaban; he aquí, con suerte, los
ecos de una voz enmudecida hace largos años.
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La escalera barroca
de la Casa de los Azulejos
Como cualquier obra de arte, la escalera barroca de la Casa de
los Azulejos causa dos tipos diferentes de impacto a sus visitantes.
En primer lugar el goce estético provocado por la belleza
inherente a su construcción; subir por esos ligeros escalones
y con la lentitud que su inusual altura, exige poner forzosamente
la mirada en el piso, y una vez que se ha encontrado el ritmo,
en los barandales de herrería y el guardapolvos de Mayólica
de Talavera, que esperan que una mano se pose en sus pasamanos
o azulejos en busca de apoyo. En seguida, el impacto del asombro
y la pregunta casi obligada de por qué alguien se tomaría
la molestia de hacer algo tan bello sólo para
subir y bajar. Esta pregunta la hacemos sin duda porque
no vivimos en el siglo XVIII, en la agonía del pensamiento
y arte barrocos. En aquel entonces todo aquello que hoy sólo
causa impresión por su belleza y armonía tenía
un lenguaje y un significado que los dueños de la casa
y el arquitecto que la remodeló conocieron con seguridad.
Muertos sus usuarios y la mente que la concibió, muerto
el arte barroco en las manos asesinas del neoclásico, la
escalera de la antigua Casa de los Azulejos en la Ciudad de México
quedó muda sin que sus visitantes supieran en qué
extraño lenguaje -aunque bello- podría estarles
hablando. |
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Para leer, para escuchar
lo que dice esta escalera es necesario entender que fue creada
durante los últimos años del período barroco,
en el siglo XVIII. En esa época, cuando el pensamiento
y las letras usaron hasta el hastío los adjetivos y los
retruécanos, ninguna palabra resultaba suficiente para
poder expresar algo con claridad. En medio de un ambiente religioso,
la complejidad de la Creación exigía un lenguaje
y un arte complicados, recargados, que al interpretarla y ensalzarla
lograran también combatir el absurdo vacío causado
por la falta de Fe y la visión iconoclasta de los protestantes.
En la representación exuberante de la realidad barroca
existía, pues, el principio rector en el que Dios es omnipresente
y su creación sólo nos conduce a Él; negar
que ambos lo llenan todo es un error imperdonable. Finalmente
el barroco quiso hacer patente a través de sus ideas y
representaciones la decoración y las bondades del Teatro
del Mundo, donde el ser humano no obtuvo de Dios otro papel
que el de simple actor. Por estas razones el arte barroco fue
esencialmente sensual y convincente: sólo
a través del uso de cada uno de los sentidos resultaba
posible valorar en su totalidad -o en el caso de la creación,
sentir agradecimiento- y disfrutar cabalmente el escenario en
el que nos fue dado actuar. |
En el simbolismo de la visión del Teatro del Mundo
resultaban evidentes al menos dos niveles perceptibles: Uno,
el suelo palpable representado en forma cuadrangular o cúbica
(habitado por lo creado) y Dos, el cielo impalpable y
esférico ocupado por el creador. La escalera, que es de
por sí un espacio de transición entre el Arriba
y el Abajo, cumple por tanto en la Casa de los Azulejos
el papel simbólico de comunicar lo terreno con lo celeste.
En la parte baja o pública de la casa se encuentra nuestro
mundo material, representado por un patio cuadrangular adecuadamente
orientado en el que cada uno de sus lados representa un punto
cardinal o rumbo terreno. Sus paredes están adornadas con
pinturas que figuran la naturaleza y sus criaturas, y si bien
estos murales Art Nouveau fueron pintados en los albores
del siglo XX por un rumano de nombre Palcologne, esta tendencia
a la representación de las formas naturales puede advertirse
también en las piedras labradas de las columnas barrocas,
donde se perciben algunos frutos. Ahí, la Fertilidad de
la Creación y de la Tierra (todas ellas femeninas) conforman
la unidad con la Fuente, encerrada y fija en el lado oeste del
patio. El conjunto de la planta baja de la casa se refiere por
tanto a la Tierra, representada como la Fuente Sellada o Cerrada;
se trata de María, la fértil Virgen madre de
acuerdo con uno de los metafóricos versos de la Letanía
Lauretiana. Otro ejemplo de la utilización del claustro
y patio cuadrangulares como imagen artística del mundo
y su fertilidad puede verse en el ex convento de Malinalco, donde la profusión,
la fauna y la hojarasca de sus frescos forman parte del programa
mariano de la Fuente Sellada. Al contener lo divino como
María o seguir sus preceptos, lo humano puede alcanzar
finalmente su propia exaltación.
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Por otro lado,
en la parte alta y privada reside lo desconocido, lo bueno, lo
impalpable, aquello que no a cualquiera le está permitido
ver. La escalera de la Casa de los Condes del Valle de Orizaba
es, pues, la puesta en escena del lento ascenso de lo inacabado
hacia la perfección; de lo humano en busca de las respuestas
de la divinidad creadora y eterna. En el caso de la escalera de
la Casa de los Azulejos, el Arriba -el cielo- no tiene
forma cupular, circular o abovedada; se trata de un techo raso
de viguería cuyo centro se encuentra presidido por un hermoso
rosetón solar dorado en forma de estrella de diez puntas.
De oro pintada, esta estrella representa a Dios cuya verdad y
esencia creadora refulge, efectivamente, como el sol fuente de
la vida; dorada es también como la palabra revelada, que
en el barroco no sólo se representó por medio del
oro en los retablos, sino que por su luminosidad salvífica
constituyó uno de los más valiosos dones del creador.
Entre las vigas de este cielo raso el arquitecto Diego
Durán Berruecos dispuso azulejos; el mismo nombre
de este elemento decorativo indica que en su color representan
el cielo y la sabiduría, como en el manto azul de la virgen.
El rojo en que están pintadas las vigas es el color del
amor divino, como en el Sagrado Corazón de Jesús
y la túnica bermeja con que suele ser representado el Salvador.
El techo del cubo de la escalera es, pues, una representación
teatral del cielo; a él, a la gloria y la misericordia
del Dios único y perfecto, dirigimos nuestros pasos guiados
por la luz de la palabra, por el Sol de Justicia, por el oro del
Arca de la Alianza y sus verdades contenidas. Ahí arriba
es el amor ígneo de Dios lo que nos espera. Como es posible
notar, este Dios barroco de los católicos es solar: nace tras
los altares dispuestos al oriente, refulge y vale tanto como el
oro, arde y purifica como el fuego cuyo calor es también
amor y renace cíclicamente en el solsticio de invierno,
a finales de diciembre. Los diez picos de la estrella simbolizan
completitud, como en los dedos de las manos o en una alta calificación
al estilo de occidente; el diez es el número de la perfección,
la redondez y la divinidad. |
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Esta escalera de rampa doble posee dos tramos de 23 peldaños
cada uno; éstos suben primero hacia el norte y a partir
del descanso lo hacen hacia el sur. En total el ascenso lo componen
46 escalones cuyos números componentes 4 + 6 vuelven a
sumar el 10 de la completitud. En esta misma tónica, el
1 + 0 del 10 resultan 1, como único es Dios también.
El número impar de los peldaños de cada tramo responde
a las reglas de Vitruvio, padre de la arquitectura, quien en su
libro V acerca de los teatros y los templos explica que para que
exista armonía en una escalera el pie con el que alguien
la aborda debe ser el mismo con el que sale de ella. A manera
de recordatorio o guía a quien sube, entre cada escalón
el peralte o contrahuella fue también adornado con azulejos.
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Al subir el primer tramo o
situarse a los pies de la escalera le resulta imposible a la mirada
no sentirse atraída hacia la derecha, es decir, hacia el
oriente. Ahí se observa la parte baja y opuesta a los escalones
del segundo tramo, ornamentada con figuras geométricas
multicolores, marcos trenzados, flores y piezas de loza de Mayólica.
Esta parte de la escalera, que por cuestiones prácticas
o estéticas suele esconderse tras un muro para que nadie
la vea, en la Casa de los Azulejos es quizás la que
guarda mayor simbolismo. La ornamentación es desde luego
barroca y tiene una lectura o programa vertical, que comienza
en la parte más alta. En ese lugar, justo debajo de donde
se sitúa el último escalón, se observa
un elemento floral trilobulado. Por ocupar el lugar más
alto de la escala este elemento simboliza a la Santísima
Trinidad y su Divina Providencia: Padre al centro, Hijo y Espíritu
a los lados, los Tres que son Uno dejan caer sus dones
a la tierra en una cascada de belleza que resulta en un nuevo
llamado a los sentidos; colores y luz para la vista, volumen para
el tacto, flores para el olfato, platos para el gusto y la armonía
matemática de la música celeste para el oído.
Esta última se aprecia en la geometría cuadrangular
con la que los dones del cielo se precipitan a la tierra; Dios
crea el universo con orden y musicalidad (por cierto, expresada
también en escalas) que gracias a Él se mueve en
compases perfectos. La perfección cuadrangular de lo creado,
sin embargo, no puede competir con la del semicírculo invisible
que envuelve al Dios trilobulado. |
El hombre sólo puede aspirar a llegar a Dios, mas nunca
a ser como Él. Existen entonces dos clases de perfección:
la divina, inalcanzable e inigualable, simbolizada por la figura
geométrica del círculo o la esfera, y la terrena,
simbolizada por el cuadrado o el cubo. El hombre cuadrangular
o cúbico puede aspirar a la circunferencia
o la esfericidad divinas, pero jamás podrá
alcanzarlas. En eso radica precisamente la imposibilidad de la
paradoja de la Cuadratura del Círculo: hallar un cuadrado
cuya área se acerque a la del círculo que lo contiene.
No en vano un filósofo del siglo XII decía, al notar
que lo divino es incomprensible e inabarcable, que “Dios
es una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia
en ninguna”. Dios circular contiene a su creación
cuadrangular. Ahora bien, Cristo fue poseedor de ambas naturalezas,
la divina y la humana; no era ni cuadrangular ni circular. Jesús
simboliza por su resurrección y naturaleza el tránsito
entre la tierra y el cielo. A Él le corresponde el octágono,
elemento que une al creador con su creación. De acuerdo
con su simbolismo, el ocho anuncia las eras futuras y es el número
de la resurrección, la renovación, el equilibrio
y la justicia. Es por eso que antes del cielo raso Diego
Durán Berruecos dispuso óculos o ventanas en forma
de estrellas de ocho puntas (o de elementos geométricos
octogonales) en la escalera de la Casa de los Azulejos. En número
de seis, que a su vez es el número de la prueba entre el
bien y el mal, estas ventanas luminosas simbolizan a Cristo; su
naturaleza octogonal nos habla de la transición entre la
vida terrena y la eternidad prometida.
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Otro elemento
octogonal de la escalera, asociado a la búsqueda de la
trascendencia a través de la verticalidad y el seguimiento
de la Palabra de Dios, es el pilar de alabastro o tecali
que se yergue justo en el eje de la escalera, en el descanso.
Esta columna blanca y octolobulada indica a quien asciende
la quinta dirección espacial, que es el eje sobre el cual
gira el mundo y la creación. Se trata, nuevamente, de un
signo de Cristo y del ombligo del mundo, que alguna vez simbolizó
su Cruz. En la parte alta de este pilar, eje o columna central
se observa una lámpara cuya base es un tibor de cerámica
o porcelana oriental, con buena probabilidad proveniente de Filipinas
y llegado a México gracias al Galeón de Manila,
cuyo destino comercial en América fue el puerto de Acapulco.
Los Marqueses del Valle de Orizaba no fueron insensibles al influjo
de las culturas de oriente, y dado que contaban con los recursos
suficientes para adquirir productos caros y exóticos, resulta
probable que incluso mandaran a hacer ex profeso algunos de los
elementos decorativos de su mansión. Finalmente, es de
notarse que tanto las baldosas que recubren el piso del descanso
como los azulejos que rodean la fuente en el patio tienen también
una silueta octogonal. |
La influencia
del arte y la estética oriental afectó profundamente
las expresiones populares de la cerámica mexicana, sobre
todo en las áreas de Puebla y Tlaxcala, donde hasta nuestros
días se siguen produciendo tibores y platos con formas
y diseños chinos, como aquellos de la Dinastía Ming
que llegaron como productos de importación en el Galeón
de Manila (ejemplos de estas piezas, reutilizadas en un contexto
arquitectónico barroco, pueden apreciarse actualmente formando
parte de la famosa fuente de la Casa del Risco, en el antiguo
barrio de San Ángel). Sin embargo la influencia de oriente
no sólo se hizo patente en la forma de la cerámica;
en México tuvo gran aceptación entre los artesanos
una técnica importada de la Península Ibérica,
llamada Mayólica. Se trata de un procedimiento que permite
dar un acabado vidriado y reluciente a la cerámica, previamente
pintada a mano con pincel. En México la Mayólica
perdió su nombre para convertirse en “Cerámica
de Talavera”, pues es de suponerse que los primeros maestros
de esta técnica llegaron a la Nueva España provenientes
de la ciudad del mismo nombre o adoptaron el topónimo como
apellido. La Mayólica era a su vez un procedimiento
cuyo origen fue el Medio Oriente, donde era utilizada para el
recubrimiento de cúpulas y fachadas de las mezquitas islámicas.
La técnica del vidriado en cerámica pasó
a España e Italia a través de la isla de Mallorca
(del latín Maiorica), y de ahí su posterior
nombre hispánico de Mayólica. |
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La producción de Mayólica de Talavera en
México dio como resultado una floreciente industria artesanal
a finales del siglo XVII. En estas fábricas se desarrollaron
muy pronto los azulejos, pequeños mosaicos pintados a mano
y vidriados metálicamente al horno como los que se observan
en los guardapolvos de la escalera de la Casa de los Condes del
Valle de Orizaba. La palabra Azulejo proviene del árabe Azzulláyj, diminutivo erróneamente utilizado
de Muzzallaj, que significa “vidriado”. En
general, los primeros azulejos constaban de una superficie blanca
sobre la que el artesano trazaba (esgrafiados o delineados a pincel)
lazos o diseños geométricos en color azul que representaban
a Alláh y la perfección matemática
de su bondadosa creación, como se observa en los Alcázares
Reales de Sevilla y algunas áreas de los Palacios Nazaríes
en la fortaleza de Granada. El término Atzur (azul)
es otra palabra árabe vinculada a la mayólica que
en cuestiones artísticas significa inmensidad, gloria y
cielo. Estos mosaicos vidriados y la geometría con que
eran diseñados y dispuestos eran por tanto una manera de
representar el cielo y la grandeza de la divinidad. En la Casa
de los Azulejos éstos muestran complejos diseños
geométricos enmarcados por hojarasca y flores que del mismo
modo simbolizan la glorificación barroca de la obra exuberante
de Dios.
Aunque la escalera de la Casa de los Azulejos tiene espíritu
barroco -y más aún, churrigueresco- posee también
elementos neoclásicos. Así lo prueban los cortinajes
labrados en la parte alta (justo por debajo de las ventanas octogonales),
el almohadillado de los dos arcos superiores y el diseño
geométrico que engalana el arco de la puerta situada en
el descanso. En su conjunto, los elementos arquitectónicos,
estilísticos y simbólicos de la escalera proyectada
por Diego Durán Berruecos, buscan despertar en aquel que
la utiliza la sensación de estar ascendiendo a la gloria
o descendiendo de ella, justo como en la Escala de Jacob descrita
en el Génesis, cuyos usuarios eran ángeles. En la
parte alta, accesible sólo a través de la palabra
de Cristo luminoso, se encuentra el Padre aguardando nuestro lento
ascenso; mientras el hombre lo alcanza, Él derramará
bienes para aquellos que lo honran Abajo. Es así
como en la escalera de la antigua Casa de los Condes de Orizaba
quedaron representados el Cielo, la Salvación y la Tierra.
Alberto Peralta de Legarreta
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