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Una
Ciudad Invisible
A diseñadores y escritores
les sucede ocasionalmente que de tanto ver y revisar sus obras,
éstas o parte de éstas se vuelven de repente invisibles.
Lo que sucede es que la vista se acostumbra a lo que contempla
en esa pequeña área y de pronto, de una forma bastante
irresponsable, deja de percibir errores y de leer fragmentos.
Es así como a veces pasan a la imprenta o a la corrección
de estilo textos en los que alguien ajeno descubre de inmediato
equivocaciones de dedo, faltas ortográficas, ausencia de
conjunciones e ideas incompletas que el autor ni sospechaba.
Lo mismo ocurre con los que habitamos en la Ciudad de México
o en alguna otra gran capital. Despreocupados por completo y acostumbrados
a todo lo que siempre ha estado ahí, los citadinos vamos
con ojos abiertos por las calles en camino a las oficinas, las
escuelas o los bancos, pero sin ver nada realmente, sin mirar,
sin observar. Nos guiamos por la duración de la luz de
los semáforos, por ese instinto que después de años
de rutina ha memorizado automáticamente el tiempo necesario
para cada trayecto, la ruta más efectiva o conveniente,
los baches en las calles o los topes. En resumen, podría
decirse de un habitante de la Ciudad de México que es capaz
de alcanzar con éxito su objetivo de desplazamiento con
los ojos vendados; sin embargo, para él todo aquello que
de ser turista podría llamarle la atención, todo
eso que podría parecerle visitable, legible o causal de
su orgullo, se vuelve, por cuestiones prácticas, transparente.
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Acostumbrados a ver cotidianamente monumentos, edificios antiguos
y hasta lidiar con extraños nombres de calles, los habitantes
de la Ciudad de México hemos aprendido a discriminarlos.
Muchos podrán sentirse orgullosos del Palacio de Bellas
Artes, la Catedral o la Pirámide de Cuicuilco (sobre todo cuando es momento de presumirlos a algún visitante)
pero resulta en verdad dudoso que posean información útil
o conozcan la historia de aquel hasta entonces mil veces ignorado
patrimonio. El morador de una ciudad invisible tiene
todo por descubrir, todo por cuidar y todo por aprender a apreciar;
de lo contrario corre peligro de transitar sin rumbo en un lugar
vacío, sin memoria ni historia, hecho simplemente para
vivir pero no conocer y disfrutar. Sólo conociendo le será
posible proteger y hacer visibles de nuevo sus antiguos monumentos,
áreas ecológicas preservadas, especies endémicas,
museos, barrios, y muy importante, su misma historia personal.
Porque alguna vez se escribirá la Historia de ésta,
nuestra Ciudad de México, y con seguridad quien en nuestros
días forma parte de ella no querrá trascender como
un ciudadano invisible en una urbe que por rutina jamás
aprendió a valorar.
En lo futuro, y con el ánimo de difundir su existencia
e historia, Una Ciudad Invisible mostrará
lugares olvidados, perdidos o en vías de extinción
en nuestra Ciudad de México.
Alberto Peralta de Legarreta
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