Breve y compendioso Bestiario de la Ciudad de México


Para nadie es un secreto que el ser humano vive rodeado de animales y bestias. En nuestros días la Ciudad de México cuenta ya con pocas áreas que puedan servir de refugio a animales que con anterioridad eran comunes en nuestro entorno. Pasando por alto al antiguo Bosque de Chapultepec, a la mancha urbana le restan sólo algunas zonas arboladas en la periferia y pocos cuerpos de agua donde se pueden observar en libertad axolotes, tlacoaches, teporingos, garzas, ánades e incluso, por increíble que parezca, venados.

Como una especie de infame consuelo podemos también contar entre nuestra fauna a esas grises e inmensas ratas que pululan en alcantarillas y parques, nuestros millares de famélicos perros callejeros y esos tiernos gorriones castaños y extranjeros que pueblan las banquetas ignorando su origen inglés y que para establecerse debieron desplazar a los gorriones mexicanos, pajarillos ingenuos que a principios del siglo XX no se contentaban tan fácilmente con migajas, como la competencia, y por ser menos aptos, no lograron sobrevivir. Ahora bien, si ni ratas ni gorriones ni perros son en realidad mexicanos y lo que era nuestro fue cazado y desplazado en aras del excesivo crecimiento de la ciudad, entonces es justo aceptar que es poco lo que en realidad nos queda. En este hábitat artificial de veredas de concreto, árboles tóxicos artificialmente sembrados para el embellecimiento de camellones, zoológicos y museos de la naturaleza, parece una consecuencia lógica que sea el mismo hombre quien se desempeñe como animal.


La invención de especies no es labor ajena a la gente de la Ciudad de México. Ya desde el siglo XVI Fray Bernardino de Sahagún nos hablaba en el libro XI de su Historia General de las Cosas de la Nueva España acerca del Ahuítzotl, cuadrúpedo mítico en el que creían los nahuas, mismo que arrastraba a sus víctimas humanas a las profundidades del lago gracias a una quinta mano que poseía en un extremo de la cola. Como sea, parece que este miembro de la fauna mítica de Tenochtitlan era un peligro para el transeúnte tal como sucede con otras especies ficticias en nuestros días. Puede que ya no seamos capaces de ver garzas con espejos de obsidiana empotrados en la frente como el supersticioso Motecuhzoma cuando vio llegar el fin de su mundo ni creamos en la existencia de mariposas de obsidiana, pero nos hemos hecho de nuestras propias especies endémicas capaces de habitar no sólo sobre las banquetas, sino hasta en calles y estacionamientos. Se trata de seres dotados con capacidades monstruosas como la de “Echar un ojo” a nuestros automóviles y posesiones sin lamentar quedarse tuertos o ciegos. A cualquier persona puede parecerle que estos animales urbanos poseen características humanas, pero los subestimaría; se encuentran dotados con escalofriantes habilidades como el Don de la Ubicuidad y una sorprendente habilidad para Aparecer de la Nada.

Los hay móviles y parcialmente inmóviles, pero ambas especies hacen gala de un sobresaliente instinto territorial que los urge a adueñarse de grandes extensiones de terreno para su personal usufructo. Es por eso que casi no existe calle en la Ciudad de México que se encuentre libre de objetos que impiden aparcar el automóvil sin la anuencia de la bestia correspondiente. A los celosos miembros de esta especie urbana bien se les puede aplicar el nombre de Selócuidos, ya que es probable que un sonido o voz semejante a esta palabra (“Se lo cuido”) sea lo único que les escuchemos decir. Por otro lado, resulta peligroso negarse a esta imposición. Uno nunca sabrá de quién o de qué cuida la bestia nuestro automóvil (como no sea de él mismo) y es importante recordar que muchos de ellos poseen filosas garras con las que, de negarnos a pagar por el servicio, pueden inflingirle costosos rayones a la pintura del coche para después desaparecer o fingir demencia.

Ahora bien, de la familia de los Selócuidos se conoce por lo menos una subespecie, aún más enigmática; dueños de capacidades místicas o paranormales, los Selócuides aparecen cuando uno ha creído que escaparía sin haber pagado esta suerte de impuesto de la Ciudad. Vociferando algo así como “Se lo cuidé, se lo cuidé” y corriendo desaforadamente hacia nosotros agitando con rudeza un trapo, esta subespecie se materializa de la nada para alargar la mano y exigir propina por lo que no hizo o por lo que nunca fue contratado. Como además de espantar a la gente esta actitud suele molestar a muchos, los Selócuides suelen llevarse fiascos, que por cierto son un riesgo calculado; cuando la estrategia de supervivencia de alargar la mano “a ver si pega” falla, el lamento desconsolado que emiten tras la partida del cliente suele parecerse mucho a una cobarde pero efectiva mentada de madre.

Los hay también quienes cubren algunas necesidades básicas de los hombres y mujeres de la ciudad, aunque a veces sea a fuerzas. Se trata de la familia de los Selólavos, especialistas en el manejo del trapo y el cubo con agua robada de algún zaguán o fuente pública. Estos seres son de naturaleza oportunista y suelen escamotear el sustento a otros miembros de la fauna urbana. Suelen contar con mejores habilidades comunicativas que algunos de sus semejantes, pero finalmente ese sonido tan parecido a “¿Se lo lavo?” es una especie de coerción: “Si no se va a lavar, jefa, déjeme el lugar para alguien que sí quiera, no? tengo varios chamacos y con usted me iba a persignar”.

Sintámonos afortunados de que hasta hoy no se haya sabido de ningún avistamiento de Selólaves; la aparición de tales bestias sería tal vez una señal definitiva de que el Fin de los Tiempos está próximo...

Alberto Peralta de Legarreta

Vea la segunda parte del Breve y compendioso Bestiario de la Ciudad de México

Mucho agradezco para la redacción de este Objeto de la Ciudad de México la sabia asesoría del Dr. Mauricio Sevilla, a quien entre otras cosas las bestias lo orillaron a mudarse lejos de nosotros.

Volver arriba

 

Objetario® y Objetario de la Ciudad de México son Marcas Registradas. Todos los textos e imágenes ®Alberto Peralta de Legarreta