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El
espejismo Colonial de Coyoacán
En busca de evitar el insufrible
aburrimiento, o con ganas de quedar bien con alguien, los habitantes
de la Ciudad de México hemos escogido lugares típicos
para pasar el rato y sentirnos al menos un poco preocupados por
la cultura. Probablemente uno de los más atractivos sea
Coyoacán con sus dos plazas enormes, cilindreros y algodoneros,
sus mercados de artesanías y sus librerías. El lugar
cuenta hasta con su antiguo templo en caso de querer
o tener que asistir a misa para luego dejarse llevar por los tumultos
entre puestos de flores y productos conventuales.
Para el visitante de Coyoacán todo es colonial:
sus casas y edificios con Ajaracas (esos repetitivos
diseños geométricos o lazos que adornan las fachadas)
o sus calles empedradas. En el extremo poniente de la Plaza Centenario,
por ejemplo, existen aún dos arcos de piedra labrada que
hoy no son ni entrada ni salida de ninguna parte, pero que ostentan
curiosos y mal hechos ángeles, frutos y escudos
religiosos tallados. Justo enfrente se puede admirar la pretendida
casa de un conquistador. Están también como pruebas
de lo colonial los rótulos de los diversos establecimientos,
cuyos dueños hasta hace pocos años eran obligados
por el reglamento de conservación a utilizar sólo
letras negras de estilo antiguo sobre fondo blanco. Y
qué decir del Palacio de Cortés, edificio situado
en la Plaza Hidalgo que hoy sirve como sede de la Delegación
y grita a los cuatro vientos lo viejo y tradicional que es Coyoacán
sin que el desdichado conquistador haya tenido oportunidad de
verlo jamás en su vida.
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Pero todo esto no es más que un espejismo, una ilusión
creada por nosotros mismos para apropiarnos un lugar específico
y dotarlo de una forma que convenga a nuestra búsqueda
de identidad. Porque Coyoacán (que ni siquiera significa
“lugar de coyotes” o “de los que tienen coyotes”
como nos han venido diciendo desde hace tanto) difícilmente
fue o es un lugar con esencia colonial. Lo colonial de
Coyoacán, dicen, se nota en la irregular traza
de algunas de sus calles y callejones, las viejas casas que con
sus ventanas bajas y balcones se alinean una tras otra a lo largo
de calles como Francisco Sosa (y que incluso nos han dicho que
pertenecieron a compañeros de Cortés como Diego
de Ordaz y Pedro de Alvarado, sin contar también con la
supuesta casa de la Malinche en el Barrio de la Concepción).
En apoyo a estas pruebas fehacientes del antiguo establecimiento
de esta parte de la Ciudad de México los historiadores
locales han esgrimido el hecho de que Don Hernando Cortés
habitó y prefirió Coyoacán sobre cualquier
otra comarca de la Cuenca de México. Tan fue así
que el marqués llegó a pedir en su testamento que
sus restos descansaran en aquel terruño de su querencia,
deseo póstumo que para beneplácito de muchos nunca
le fue concedido. Pero hasta allí. Basta con mirar algunas
pinturas del siglo XIX, fotografías y documentos de principios
y mediados del XX para notar que, salvo dos o tres construcciones
antiguas (cuando mucho del siglo XVIII) Coyoacán era en
general un terreno llano cubierto de huertos frutales, manantiales
y hasta chinampas. El espejismo colonial que hoy se percibe
y que afirmamos tradicional comenzó a construirse -porque
eso fue, una
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construcción histórico-identitaria- a principios
del siglo XX, cuando los miembros de la clase acaudalada de
la Ciudad de México, lejana a horas de tranvía,
edificaron sus casas de veraneo en mitad de la nada.
Con seguridad estas casas tuvieron influencia francesa de acuerdo
a la moda de la época, pero poco o nada queda de ellas
en la actualidad. Fue hasta la década de los cuarenta
que Coyoacán comenzó a ser poblado por gente no
nativa y despojado paulatinamente de su aspecto rural para ser
convertido por vecinos y autoridades en un paseo colonial en
el que el valor catastral de los terrenos aumentó convenientemente
con base en su supuesto origen antiguo.
Fue así como comenzaron a perderse los límites
de los pueblos y los barrios que -eso sí, desde el siglo
XVI- dependían de la Cabecera de Coyoacán en lo
político y de su parroquia franciscana-dominica de San
Juan Bautista para los asuntos de la fe. Estos pequeños
poblados se dedicaban al comercio de flores, frutas, ladrillos,
legumbres y artículos de madera, pero en general eran
tan sólo grupos de jacales de adobe y piedra volcánica
establecidos alrededor de pequeñas capillas de barrio.
A la circunscripción de la antigua Villa de Coyoacán
pertenecieron los pueblos de Tenanitla, Chimalistac,
Axotla, Omac, San Lucas, Huitzilopochco,
Tepetlapa, Culhuacan, Coapa, Huitzilac
y la Candelaria. Habría que agregar también los
barrios de San Francisco, La Purísima Concepción,
el Niño Jesús y San Mateo. Todos estos núcleos
de población eran rurales, carecían casi por completo
de calles o un trazo pre-diseñado y por nada pueden ser
llamados coloniales. La mayor parte de los callejones empedrados
de Coyoacán, situados en estos lugares, fueron trazados
después de 1940. Por estas mismas fechas fue reconstruida
en su totalidad lo que antes fue la basílica de San Juan
Bautista, cuyos techos de madera y sus tres naves fueron convertidos
en el actual templo abovedado. Las únicas partes originarias
del siglo XVI con que cuenta actualmente el templo icónico
de Coyoacán son la fachada, los arcos de peregrinos,
los artesonados del claustro y un arco labrado de piedra que
ni siquiera fue puesto en su lugar original.
Por lo demás, a la gente le gusta sentirse real en el
espejismo coyoacanense. Ahí todo suena y sabe a pueblo,
lo cual es ya de por sí una ganancia en medio de la gran
Ciudad de México. Ojalá supieran también
que pasear entre los puestos de baratijas y a un lado de la
Fuente de los Coyotes en la Plaza Centenario es caminar sobre
un antiguo cementerio y que casi todas esas casas viejas que
ven -con sus nichos de piedra y todo- son en realidad modernas;
que todo eso fue inventado, construido, para su deleite y orgullo.
Pero bueno, seguro que eso sí es ya demasiado pedir,
porque con un poco de mala suerte el día menos pensado
hasta el originalmente tan repudiado Sanborn´s
que ocupa el terreno del antiguo cine Cuauhtemoc,
logrará su declaratoria oficial como patrimonio cultural
de Coyoacán.
Alberto Peralta de Legarreta
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